viernes, 29 de agosto de 2014

"El pastor y la hija del Sol" leyenda Inca












..............En las llanuras del valle de Yucay, un joven pastor cuidaba un rebaño de llamas


blancas. Eran animales sagrados. Los incas los elegían para sacrificarlos en


el templo del Sol. El pastor era un joven gallardo y hermoso. Tocaba la flauta y


sabía componer dulces melodías. Un día mientras estaba ensayando una de sus


melodías, oyó una voz:


—Buenos días, pastor. Tu melodía es bellísima.


El pastor se volvió y vio a dos jovencitas que lo miraban sonriendo. Algo que


había en ellas le dijo al corazón del joven que no se trataba de seres comunes. Se


quedó un instante como atontado; cayó de rodillas y esperó, ansioso.


—No temas, pastor —dijo la joven mayor—, solo queremos escuchar tu música.


Se sentaron sobre la hierba y quedaron conmovidas al oír las notas que el


pastor sacaba de su instrumento. La menor de las jóvenes miraba con insistencia


una placa de plata que el joven llevaba en la frente, ceñida por una ancha cinta.


Al finalizar el improvisado concierto, el pastor se quitó el adorno que llamaba la


atención de la jovencita y se lo ofreció. Ella lo tomó y lo miró. Era una joya de


plata en forma de media luna, en cuyo centro había dos figuritas.


—No puedo aceptarlo —dijo ella, devolviéndosela—. Nosotras somos hijas


del Sol. Nos está prohibido adornarnos con joyas. Tu regalo sería secuestrado por


la guardia.


El pastor tomó la joya y se quedó un largo rato mirando cómo se alejaban


las dos jóvenes. Luego, con una honda tristeza, volvió hacia su rebaño y emprendió


el regreso a su choza. También la princesa se quedó triste. En cuanto


llegó al palacio, se acostó. Después de pensar en el encuentro de la tarde, se


durmió y tuvo un extraño sueño. Le pareció ver un ave que cantaba dulces


melodías. Cuando el ave terminó de cantar, se le acercó y le dijo:


—No estés triste, princesita, todo se arreglará. ¿Qué es lo que te entristece?


La princesa narró el encuentro con el pastor y mencionó el regalo que él le


había ofrecido.


—¡Levántate! —dijo entonces la avecilla en tono de orden—. Ve a sentarte


entre las cuatro fuentes que están en el centro del palacio y entona las melodías


del pastor. Si las aguas murmuradoras las repiten, quizá puedas ver a ese


joven.


Al despertarse, la joven pensó en el extraño sueño y decidió seguir la


indicación del ave. Se dirigió con paso silencioso hasta el gran salón, en


cuyo centro había cuatro fuentes de las cuales manaban chorros de agua


cristalina. Se sentó entre las cuatro fontanas y entonó la canción del pastor.


Cuando terminó, de las fuentes se elevó un sonido. Las aguas al correr repetían


alegremente las notas recién entonadas. Lágrimas de júbilo bañaron las mejillas


de la joven. Las aguas de las cuatro fuentes eran favorables a sus sentimientos


amorosos.


Entretanto, el pastor había vuelto a su cabaña con la melancolía pintada en


el rostro. Su corazón había quedado turbado por la belleza de la jovencita, pero


bien sabía él que era inútil esperar ser amado por una hija del Sol. Sin embargo,


siguió evocando a la doncella y la conversación sostenida con ella. Absorto en


estos pensamientos, el joven empezó a componer una melodía tan triste que sus


propios ojos se llenaron de lágrimas.


En el valle, en la pequeña aldea de Laris, vivía la madre del pastor, una anciana


muy experta en el arte de la magia. A través de la distancia, ella sintió la pena


que atribulaba a su hijo e inmediatamente viajó a verlo. A eso de la medianoche,


llegó a la cabaña de su hijo.


—¡Madre! —exclamó este al verla—. He encontrado a una


hija del Sol; si no puedo amarla, prefiero morir.


—No te desanimes, hijo. Trataré de ayudarte.


Y dicho y hecho: inmediatamente se puso a hervir un manojo


de hierbas. En cierto momento levantó la cabeza y miró


hacia fuera. Dos jovencitas se dirigían hacia la cabaña. Se


acercó a su hijo y le susurró al oído:


—Escucha. Tu princesita se dirige hacia aquí acompañada de


su hermana. Si quieres tener éxito, déjame obrar libremente. Ten


confianza en mí.


El joven obedeció y se escondió detrás de una cortina. La anciana


volvió a su tarea de revolver la marmita en que hervían las hierbas. Entretanto,


las dos princesas llegaron a la choza.


—¿Vives sola aquí? —preguntó la princesa a la anciana, y esta respondió:


—Sí, querida.


Cuando la joven vio una capa de bordados multicolores, exclamó:


—¡Qué hermosa capa! ¿De quién es?


—Es una capa que uno de mis antepasados recibió de una divinidad de los


montes. Si quieres te la regalo.


—¡Gracias, muchas gracias! —respondió la joven tomando la capa.


Al cabo de un rato las dos hermanas se despidieron y volvieron al palacio. Los


guardianes no secuestraron el precioso regalo porque no era una joya.


Cuando la princesita se retiró a su cuarto, extendió la capa sobre el piso y se


echó a llorar sobre ella. Pensaba siempre en el pastor y en aquel amor imposible.


Cuando se durmió, le pareció que una voz la llamaba dulcemente. Vio a su lado


al pastorcillo y le preguntó:


—¿Cómo has llegado hasta aquí?


—Me has traído tú misma. Mi madre me transformó en la capa que te


regaló. Era la única manera de entrar al palacio.


—Y ahora, ¿cómo haré para esconderte?


—No hay necesidad de que me escondas aquí. Salgamos y vayamos a


las montañas. Nos esconderemos tan bien que nadie podrá encontrarnos.


La princesita, que se había despertado, no pudo distinguir entre el sueño


y la realidad. Aceptó la propuesta del joven y ambos anduvieron sin


parar durante la noche. Llegaron a un valle umbroso donde no llegaba el


Sol y se construyeron una cabaña.



Vivieron felices durante mucho tiempo. Se cuidaban de los rayos







del Sol. Para ello no se alejaban nunca de la hondonada en que habían


construido la choza. Una noche en que la joven escaló la ladera de


la montaña para recoger algunas hierbas y raíces de la cumbre, fue


acompañada por el pastor. Ambos estaban ocupados en la recolección


y no advirtieron que la aurora estaba próxima. El primer rayo


del Sol iluminó la cima de aquel monte y los dos jóvenes fueron


detenidos en el mismo instante, petrificados sobre la cumbre,


y se quedaron allí para toda la eternidad. Aún hoy es posible


contemplar la pareja de enamorados que, tomados de la mano,


parecen dos figuras talladas en piedra............















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